Nos ganó la muerte, antes de escribir y estar presente, la señora se lo llevó. Porque así es la parca de los pueblos, nos arrebata valores humanos y nos deja un sabor muy amargo y un gusto en la boca que nos frunce el ceño.

Vino a buscar al Paraskivas, porque ella también quiere bailar. Entonces ahí la cosa se pone distinta, no siempre la muerte baja hasta Jáchal en persona para seducir y galantear. Pocas veces se lleva parte de la cultura de un pueblo de un solo tirón. No siempre mata la muerte, a veces enaltece, agranda, vuelve a hombres y mujeres seres inmortales.

Alberto Mathius será sin dudas uno de los que ya está en el inconsciente colectivo de Jáchal. Porque sus décadas de danzas le bastaron para volverse historia viva. Para hacerse de nombre y baile, para formar niños que luego iban a ser adolescentes bailarines y luego adultos que a la vez serían maestros: para esparcir el folclore, llevarlo a cada puerta, ponerlo en cada plaza, en los escenarios, en los corazones jachalleros.

Las culturas populares son el cimiento de lugares como Jáchal, Paraskivas es parte de esa expresión. Es, siempre en presente, porque nadie se va de Jáchal si el pueblo no lo deja ir, una manifestación de lo colectivo.

Parece también que sus admiradores no van a dejarlo tan fácilmente, aunque la muerte mande, aunque ella quiera, los recuerdos no mueren jamás.

Paraskivas es un sello de décadas. Es gato y zambas por doquier. Es expresión corporal, de sentidos y sonrisas. Es romance de dos pechos que se juntan en noviembre.

La danza es un ritual que él manejó muy bien en Jáchal, esos movimientos milimétricamente armados para seducir, para comunicar, para contar historias no contadas. Pero entretener y confeccionar acerbo popular.

¿Hay otro Paraskivas en Jáchal?, si con este sobra; pues no es fácil hacer bailar a todo un pueblo; no es sencillo crear ambientes artísticos en un lugar que a veces olvida mucho.

¿Hay otro Paraskivas en Jáchal?, si con este podemos mirar la luna mientras movemos nuestra alma en compases bailables. Porque así debe ser la vida parece, un baile, que tarde o temprano llegará a la perfección.

Y las manos jachalleras entrelazadas, haciéndole caso a los gritos de Paraskivas, acatando las clases, adhiriendo al concepto, buscando el estilo, encontrándose en lo popular.

En los zarandeos y primer básico está la cara de Paraskivas, están sus manos y su mirada, fuerte y activa mirada de agudo educador. Entre botas y sombreros está la dulzura de un baile final, de la última vuelta a la zamba. Entre la pollera y la trenza está la pasión de años, de sus generaciones de bailarines, de su fundamento Ballet, de su amor por dejar a un pueblo la manifestación más grata que puede tener: saber bailar.

Bailar muy bien o más o menos, más profesional o bien amateurs, pero que se sepa que hay humanidad con energía, que no solo sean cuerpos inertes, sin pasiones ni dolores cotidianos.

¿Habrá otro Paraskivas así en Jáchal?, no lo creo.

Él fue casi una confesión única, de sabor a mate con cedrón.

Paraskivas está con Buenaventura y Capdevila, mientras la Amada Eulogia ya prepara el pañuelo.

Y dice Capdevila:

“…Como un viejo poncho, marchito de inviernos,

como un nido mustio, muerto su calor.

Sucumbiendo lento su refugio tierno,

me ofrece el regazo que nacer me vio,

por eso es que mi alma se aferra al regreso

porque es mi nostálgica ausencia un dolor…”

Puede que esta vez la muerte nos ganó, pero por un momento. No por mucho tiempo, aún nos queda la otra mitad…

Se va la segunda Paraskivas, se va la inmensa y eterna segunda.

A bailar.