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Actualidad Jachallera » Opinión » 1 may 2019

Cebolleros

Era un niño y ya escuchaba sus historias. En todos lados dónde iba siempre estaban. Los cebolleros caminaban por las mismas calles que cualquiera. Su presencia era un paisaje del trabajo. Eran el ejemplo del trabajo más sacrificado del mundo.


Por:
Marcelo Castro Fonzalida

Los cebolleros se levantan muy temprano. Casi cuando el sol recién se está despertando, hombres y mujeres tocan la tierra para finalizar casi cuando ese mismo sol se va a dormir.

Nadie conoce tan bien la tierra como ellos. Sus manos están pintadas de verde, el tallo de la cebolla los tiñe de esperanza y sudor. Los perfuma como nadie y no los trata muy bien.

La cebolla debe cosecharse, las cuadrillas están listas y parten al potrero de lunes a lunes. Cada quince días los cebolleros sonríen, pues llega el momento de cobrar su fuerza de trabajo.

Cada uno de ellos lleva en sus bolsillos una bolsa de tabaco, de vez en cuando se levantan en medio de los surcos para armar un cigarrillo, fumarlo y seguir.

No tienen uniformes, solo sombreros de paja y alguna gorra deshilachada que los cubre de los derechos que les fueron negados. En sus nucas tienen la mitad de una manga de pantalón de jean para cubrir el calor que sofoca y seca. Los trapos húmedos pegado a sus cuellos son el vástago que cualquier solitario puede encontrar en un desierto de trabajo duro.

Son ingenieros los cebolleros, como la sed es grande buscan una botella de plástico duro y la envuelven en la mejor arpillera que encuentran. Mojan la tela y la dejan en la acequia, para que dentro de unas horas el agua esté bien heladita. Porque estar agachado en ese universo interminable de canteros da mucha sed. Litros y litros pasan por sus gargantas. Como también las canciones que cantan, tal vez para hacer más blando el ofico o para gritar al viento.

La radio suena, debe ser Nacional en la voz del Hugo Herrera o el Ramón Silva que los arenga a seguir. Porque los que hablan por el parlante están también para eso, entretienen, informan, alientan, acompañan a los cebolleros. Luego dejan de hablar y suenan los Ángeles Negros, o Manolo Galván, o Camilo Sesto y una tarantela. La radio está colgada en la cintura de los cebolleros. Como una pistola cargada de un mundo que los abstrae de los dolores de espalda.

Cerca de las diez de la mañana los cebolleros están re mojados, su transpiración es por cada cabeza que sacaron de la tierra. Entonces llega un poco de comida fresca. Siempre cerca hay una huerta, y melones y tomates están fresquitos por el rocío de la noche. Uno de ellos se aleja de la manada, en un acto solidario, ese que se va carga en sus manos una cuchilla. Corta un rocío de miel, tal vez dos o tres y entrega un pedazo para cada uno. Son muchas bocas que alimentar. El dulzor llega a sus cuerpos. Una media mañana para charlar un rato, reírse, chacotear con el nombre de la prima de alguno entre tajada y tajada. Si no hay melón puede ser el tomate. Los grillos deben compartir el festín con los cebolleros. Un perita acá, otro más allá es una ensalada bien natural, un regalo de su propia dueña: la tierra.

No cualquiera es cebollero. También hay familias, mamá, papá, niños, perros y gatos. Tienen que terminar lo antes posible. El trabajo al tanto es más duro, pero se cobra más. El equipo familiar va a ganar. Ni dios quiere arrancar más cebollas, pero ellos sí. No les queda otra opción. Cada cebolla es un grano de arroz o una miga de pan.

Cerca del cebollero no hay una escuela ni un circo. Menos una urna de cartón. Solo hay tierra y un universo de pilas dónde dejar la cosecha.

Cebollas tempraneras, escabecheras, del tiempo. Cebollas que se van a Brasil o a los mercados de Buenos Aires.

Al mundo se va el trabajo del cebollero, a las parrillas del hotel Nogaró y las casas de relajo de los que nunca tocaron la tierra, pero se creen dueños de ellas.

Hay tantos cebolleros que no se pueden contar, con la esperanza adelante, con los recuerdos detrás.

Y sigue Atahualpa: 

“…Gente de mano caliente 
Por eso de la amistad
Con uno lloro, pa llorarlo
Con un rezo pa rezar
Con un horizonte abierto 
Que siempre está más allá
Y esa fuerza pa buscarlo 
Con tesón y voluntad…”

Y vuelve a sonar la radio, ya están agachados otra vez los cebolleros. Pero esta vez cantan, porque Ramón Y Rolo entinan la letra que los nombra. Un homenaje para sus manos, sus miradas y sus alpargatitas viejas.

Algunos van quedando atrás. Los acompaña la muerte, nunca los deja, los mira de reojo entre bordo y bordo. Siguen adelante, como buscando la noche.

Un cebollero no cuenta las cebollas que desentierra, pero si las horas que quedan para abrazar a sus niños parados cerca del rio.

Los hombros de los cebolleros son de quebracho, no se tuercen ante el peso de las bolsas, menos su voluntad ni sus sueños.

Fio, hambre, dolor, unos cuentos billetes; bolsa de harina, azúcar, aceite, parches para la bicicleta, unas monedas para jugarle al 32, el dinero, polenta, jabón en pan, un poco más de azúcar para hacer dulce de membrillo; hilo para remendar sus pantalones de obrero; la inversión de cebollero.

Cebolleros en todos lados, con o sin tierra ellos saben que cuando vuelva el sol los espera la finca y los tallos amarillentos.    

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