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Actualidad Jachallera » Opinión » 3 oct 2018

Patricio el asesino

Marcelo Castro Fonzalida nos trae esta vez una ficción. Un cuento corto. Un relato ricotero.


Por:
Marcelo Castro Fonzalida

Se desfiguraron cuándo supieron la verdad, Patricio Rey existió, fue más humano que cualquiera y un asesino ejemplar.

Patricio se crió entre rejas. Siempre jugando a ser libre de verdad. Desde los quince años quedó encerrado, y ya a esa incipiente edad y hasta su muerte allá por octubre de 1976 se dedicó a matar.

Su madre Raquel y su padre Eduardo fueron las primeras víctimas de Patricio. Los mató a sangre fría, los asesinó porque lo obligaban a usar trajes de etiqueta. Patricio los odiaba y en una seguidilla de locura tomó el viejo trabuco de la familia y disparó al cuerpo de sus padres. En la escena no solo yacían Raquel y Eduardo. También estaban Juan, su hermano mayor, Margarita y Estela, sus hermanas, y Esteban su mejor amigo, que también recibieron balas del trabuco familiar.

Patricio mató a sus padres por autoritarios y a sus hermanos  y amigo por que llevaban una vida demasiada burguesa para ser tan jóvenes.

Patricio estudió en su encierro. Se graduó de médico y farmacéutico. Su conducta de formación intelectual fue admirable. Solo que en sus experimentos con químicos y reactivos los hizo con humanos. Su idea era crear un somnífero que en pequeñas dosis las personas puedan dormir el tiempo que ellos quisiesen. Su devoción por Albert Hofmann era inconmensurable. Por eso estaba obsesionado en que sus experimentos debían causarle al cuerpo cierto relajo y escape de la realidad.

Patricio creó lo que buscaba. Experimentó con Jorge, Daniel, Cristian, Fabricio, Ruben, Gastón y Aristóbulo, siete locos asesinados que compartían la celda junto a Rey. Entre el ingenio y la sed de oscuridad, Patricio no paraba. Jamás lo hizo.

Rey se convirtió en un artista de la muerte. Un adicto de la no vida. Como si el espíritu del mismo demonio corriera por sus venas. Con 38 años Patricio Rey estaba cansado. Se mató una mañana de primavera, cuándo todas las hojas florecían. Ni la prisión ni la libertad le alcanzó a Patricio. Buscó unos químicos, realizó un denso brebaje y lo bebió en un vaso de whisky.

Su cuerpo tendido y erguido yacía en la cama de la prisión. Afuera el sol seguía calentando. Adentro los ojos de Patricio habían quedado abiertos, como el final de una película de suspenso.

Ese mismo día, rato después que retiraban de la celda lo que quedaba de Patricio, llegaban nuevos inquilinos. Carlos y Eduardo Federico, unos ladrones de cerebros, se enteraban que, en esas paredes grises dónde iban a dormir durante la eternidad vivió el mejor asesino de sus vidas.

Imagen: Rocambole

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