La palabra jachallera
En este día especial para todo el pueblo, más allá de las memorias históricas, prefiero hacer este pequeño aporte. Poner en valor el arte y cultura de la identidad raíz. De los que están y necesitan urgentemente ser reconocidos, leídos y escuchados. Feliz aniversario Jáchal, a cuidar siempre la palabra jachallera.
Marcelo Castro Fonzalida
¿Dónde están las palabras?, ¿dónde salen y a hacía dónde van?, preguntas que son el ovillo de los tejidos literarios. Pues la sociedad es un enredo en sí mismo, dónde en esos espacios justamente está presente la literatura: Se hace fuerte, lucha, intenta llegar. Pero a veces no es suficiente, por eso vuelvo a preguntarme: ¿por dónde anda la palabra jachallera?
La palabra tiene tanto peso como cantidad de humanos que habita este suelo. Y posee un significado tan cosmopolita que no hace más que estar en constante construcción que ni siquiera nosotros como pertenecientes a una generación verá.
Por eso es tan importante para dónde vamos a direccionar nuestras frases, nuestros pensamientos y nuestros conceptos a la hora de expresarnos sobre temas tangenciales y colectivos para los pueblos del mundo.
En eso los escritores deben estar más que atentos y conscientes sobre que harán con las palabras.
Los artefactos literarios no toman sentido hasta que nosotros los cargamos de emociones: Odios; pasiones; revoluciones; levantamientos; democracias; votos; pulsiones sociales; hambres; contaminaciones; inviernos y veranos. Todo eso puedo transitar en el cuerpo del escritor en cuestión de segundos. Y está bien, porque no es más que la viva expresión de su pueblo, del lugar donde el escritor habita, respira, come y hasta hace el amor.
La construcción de la palabra es más que nada la carga generacional de los mentores. Pues el desafío para cuando se escribe es desmentir todo eso.
Es decir, por ejemplo, si expreso desde un elogio que: “este pueblo brilla por las luces led”; también, contrariamente a esa frase pero bajo el mismo contexto replicar con un sentido similar que: “este pueblo brilla, aunque las luces led lo opaquen”.
No es lo mismo, los mensajes son distintos. Pero el pueblo sigue estando ahí: de la misma manera en que se despierta la ciudad hasta que duerme cada noche.
La palabra jachallera está en los barrios. Está en los campos dónde los cebolleros trabajan de sol a sol para poder cobrar sus quincenas y cambiarlas por unos kilos de harina. Por ahí anda la palabra, en lugares que alguna vez fueron expresiones culturales.
La palabra jachallera está fuera de la biblioteca, porque mientras los humanos pasean en sus bicicletas, ellos ya están escribiendo historias que van cimentando la costumbre jachallera.
Pongámosle a la palabra algunos géneros. Hablamos de poesía, novelas, cuentos, relatos, opiniones y ensayos. Hablemos de todo eso pero en las calles. Porque ahí reside la sensación de vida, la vida.
El escritor eso lo sabe. Porque no se es escritor cuándo no se tiene hambre o sueño, cuando no se enamora y al mismo día se desenamora.
Jáchal es un poco de todo y un tanto de nada a la vez. Y las expresiones culturales de a poco se ven gastadas cuando se prioriza la industria y el comercio; el show y los relatos de progreso que les sirve a unos pocos.
Porque las palabras son de todos.
La palabra puede entrar a la aristocracia de la literatura, pero son ustedes los que no deben permitir que ingrese a esos antros dónde se carece de sentido social y debilidad por el mundo agotado.
La palabra jachallera debe estar vinculada a los sueños que tenemos. A las acciones diarias. A armar trincheras para que la injusticia no avance ni un metro.
Los fusiles de hoy son y deberán ser las palabras. Que disparen a los favorecidos del poder. Que los escritores escriban, nosotros los otros escritores caminaremos.
Caminemos la plaza, caminemos Huaco, caminemos San Roque, caminemos los ríos y los membrillares, caminemos los artesanos, mientras estos últimos nos confeccionan casas para vivir.
En Jáchal hay artesanos hasta debajo de las piedras, el problema es que quedan pocas piedras para esconderlos y cuidarlos. Porque ellos y ellas son la historia viva de acción y relato.
Doña Juliana Pérez, artesana, poeta, mujer, jchallera; dice en uno de sus poemas:
“Con hilo de ilusión tejí mis sueños,
Dejé en la tibieza de la lana
Todo el amor por mi terruño.
Tengo el paisaje de mi Jáchal
Y lo dejé plasmado en ponchos y frazadas…
…existo y soy desde lo profundo del recuerdo…
…aún puedo y quiero hilvanar más horizontes si me dejas caminarte
Tierra mía”.
Imágenes, tierra, vivencia; mezclar sensaciones desde la palabra jachallera. Que no es más que la visión que tenemos de ver el mundo.
La palabra jachallera debe interpelar y avivarnos de las sombras. Debe y es casi una responsabilidad impregnarse de vicios y emociones.
Que la palabra jachallera sienta el goce desde lo más descarnado, que salga del corset a lo que otros quieren ajustarla.
Porque las minorías no son más que las mayorías temidas. Y ahí está la palabra para ejercer una molestia a otros.
Mientras nosotros sigamos romantizando los pueblos sin querer cambiar nada, la palabra irá muriendo. Pero si nos alentamos a desafiar la potestad de la palabra, serán los codiciosos quiénes teman a los verdaderos dueños de la palabra jachallera.
Hay que convertirse en un militante de la palabra jachallera, hasta que la repitamos más veces de lo que la hicimos hoy.
Instar a las generaciones que ya están siendo el presente que desempolven sus ganas guardadas y pongan en acción sus ideas. Que escriban poesías y novelas a la misma vez que se respira.
A la palabra la hacemos entre todos. Escritores y escritoras jachalleras que saben por dónde sale el sol y como brilla la luna desde Huachi.
Hasta que se nos acaben las palabras, Jáchal debe tener siempre sus escritores.