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Actualidad Jachallera » Locales » 29 may 2019

Seño Silvana

Homenaje a la que fue la maestra jardinera de muchos jachalleros. A la que dejó todo por los niños. A la docente que valorizó el oficio. A la mujer que nos enseñó a jugar. Por Marcelo Castro Fonzalida


Por:
Marcelo Castro Fonzalida

Tenía miedo el primer día, a todo le tenía un terrible espanto. No sabía que iba a ser de mí solo y con gente que jamás había visto. Que mis papás me lleven de la mano y se frenen en el umbral del aula para que entre solo me causaba mucha incertidumbre y un recelo inconmensurable.

Al parecer, tras un tiempo, años tal vez, no imaginé que esa era la metáfora más perfecta de la vida: transitar caminos solos y siempre con la mirada atenta de aquellos que juran cuidarte en la eternidad de los días.

Y ahí me quedé, por un momento mirando todo ese mundo gigante de colores y risas.

Gusanitos de cartón, globos súper inflados y dos basurines disfrazados de perritos. Unas mesas cuadradas y sillas marrones con dibujitos pegadas de princesas y caballeros. Pensé que tal vez el aula no era tan mala, la gente no eran monstruos y no iba a extrañar tanto a Mamá y a Papá.

La salita de jardín se llamaba manzanita colorada: una especie de paraíso ideal dónde lo único que no se permitía era aburrirse. Tantos años pasaron y la manzanita colorada aún vive recibiendo niños para mostrarles el camino y la ilusión de pensar que todos somos iguales ante los ojos de la bondad.

La única diferencia entre nosotros y otros chiquilines fue la seño Silvana: una especie de hada madrina terrenal que representaba todos los cuentos del mundo que se nos ocurriera.

La seño Silvana fue paz para nuestras ganas de llorar, sus manos suaves y calentitas en pleno invierno jachallero y sus ojos tan hermosamente claros nos ayudaron a no sentirnos tan pobres ni desolados.

La seño Silvana no fue cualquier maestra de jardín, era el jardín de todas las flores del pueblo. Sus uñas recién pintadas, sus dedos medio flaquitos y su piel que se encargaba de combinar un fuego que emanaba sus palmas. Porque cuando ella nos tomaba de la mano y nos hacía girar emulando el tren y cantar, parecía que estábamos volando. Mientras tanto también era la mariposa que echaba frescura cuando agitaba sus alas.

La seño Silvana nos enseñó a jugar y a creer que un mundo sin amor es un agrio suspiro. La seño Silvana le enseñó a Jáchal que ser maestra es cuestión de valientes y heroínas de carne y hueso.

Muchos pasamos por el salón de sus clases, desayunamos la leche calentita que servían los porteros mientras ella nos miraba. Bebíamos esa leche con canela, mientras las medias lunas llena de azúcar nos mataban el hambre. Ella siempre ahí, cuidando que no manchemos nuestros pintorcitos.

Hace un tiempo, por las calle de un barrio la encontré. Con la misma mirada, su nariz característica, el cabello bien armado y su andar sigiloso, como aun cuidándose de no pisar ninguno de los juguetes que había en el jardín. Ella, entre otras cosas dijo algo que aún resuena en estas hojas que escribo siempre:

“Los niños fueron mi vida”.

¿Cómo agradecerle a la mujer que para muchos fue la única madre que conocieron?, ¿cómo agradecerla a la seño Silvana su moral impecable?, ¿cómo agradecerle que nos haya quitado el miedo a vivir?, cómo no extrañar sus clases jahalleras.

Seño Silvana… gracias… y una cosita…

¿Puede ser una clase más?.

FOTO: Prensa Municipalidad de Jáchal

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