domingo 24 de noviembre de 2024 - Edición Nº2988
Actualidad Jachallera » Opinión » 4 abr 2018

El trompo (Por Marcelo Castro Fonzalida)

Los niños de los pueblos juegan hasta que los trompos se cansan de bailar. La pista está lista. Falta verlos girar. (Reflexión Semanal)


Por:
Marcelo Castro Fonzalida

En épocas de otoño en Jáchal se juega al trompo. Desde que el sol abre sus ojos se lanza cientos o miles de veces ese juguete. Se hace bailar y dar vueltas sin ninguna pretensión. Solo para divertirse, reír e ilusionarse.

Los niños se convierten en los amos de las tardes. Nadie se pregunta porque para otoño. Solo se pone en movimiento esa pequeña madera andaluz despertando el barullo de voces finas. Sola una certeza: es maravilloso. Su baile haca gritar de alegría. Las apuestas por cuál de todos los lanzamientos será el mejor corren.  ¿Qué trompito dura más zarandeando sus danzas ancestrales?

Ningún chiquillo se quedaba afuera. Era una cofradía inmaculada en los solares de tierra endurecida por la lluvia del norte. Esas eran las pistas para que cada uno muestre su destreza en el arte del trompo. Mientras más amarillenta era la piola más se aferraba a la madera. Pues eso es lo que aseguraban, según los sabios tromperos que no llegaban a los doce años, una buena performance.

A veces las competencias eran a muerte. El que ganaba mostraba de qué madera estaba hecho su trompo. El perdedor solo dejaba correr una lágrima en soledad. Volvía a su casa a paso de bebe arrastrando la amargura y su piolita desteñida.

Nadie nace sabiendo lanzar el trompo, hay que aprender. Se debía insistir muchísimo en la difícil técnica. Hasta que se podía. Ahí se estaba listo para brillar en el pedazo de tierra del vecino que no tenía hijos, por lo tanto, su espacio era virgen para aplicar la experiencia. Todos a bailar. Los trompos se echaban a rodar.

Algunos audaces y transgresores pintaban su madera, logrando así que al bailar el trompo emitiera colores funcionales a nuestra imaginación. Eran arco iris jugando en la tierra.

Así se pasaban las horas. Mucho trompo jachallero era una dosis necesaria para asegurar una niñez con altos niveles de inocencia.

Mientras unos crecían y dejaban los trompos para bailar con otras cosas, aparecían más niños. Así las pistas jamás dejaron de bailar. Los trompos siguen volando por el aire, se cubren con las nubes y caen a la tierra tras un viaje eterno. Riegan con ritmo los pensamientos del niño jachallero.

El trompo es un juego sabio. Está hecho para los que desean volverse humanos en pueblos donde a veces la cultura pasa solo en tren.

El trompo es un juego de la vida y cada niño es un día en el sol. Por lo menos en los otoños jachalleros.

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