La nueva vida de Monseñor Delgado en Rosario
De paso por la provincia, el ex arzobispo de San Juan contó cómo son sus días después de jubilarse de su rol de líder de la Iglesia sanjuanina.
Antes de contar todo, se permite hacer de guía turístico en la enorme construcción de calle Mitre que fue su casa durante 17 años. Hace dos meses que Monseñor Alfonso Delgado vive en Rosario, su ciudad natal, que eligió tras dejar de ser el Arzobispo de San Juan en junio último. Mientras muestra la casona, donde dio incontables conferencias de prensa sobre temas eclesiásticos, analiza que “el gobierno de la Iglesia uno empieza donde dejó el otro, no como un intendente que llega y dicen esta plaza quién la hizo y dice borran todo, cuando vino Lozano nos encargamos de que esté al tanto de todo cuando asumió”. Confiesa que siente “un poco raro” hablar de lo personal. Pero luego se relaja sentado en un asiento de piedras del jardín.
“El recuerdo que tengo de San Juan y su gente, la provincia y la Iglesia de San Juan es un tesoro que llevo a todas partes, estoy inmensamente agradecido de la tarea que desempeñé aquí”, rompe el hielo en su faceta de retirado, ahora de paso en la Provincia para poder votar. “Lo mejor de San Juan son los sanjuaninos que tienen muchos valores, talentos y posibilidades de trabajo, de un clima social de entendimiento”.
Delgado vivió épocas de la provincia, desde que inició su tarea en el año 2000. “Cuando llegué estaba como terminal y después se empezó a desarrollar”, recuerda. Me gusta hablar de San Juan, a veces me preguntan, a veces sale espontáneo. Me gusta mostrar fotografías del camino de los lagos, y pregunto ‘qué provincia puede ser esta’, y cuando digo San Juan me dicen que no puede ser. Pocos conocen que San Juan tiene agua gracias al vapuleado viento Zonda”, asegura.
¿Qué es lo que más extraña de estas tierras? “Qué puedo extrañar más sino ese clima tranquilo que se puede vivir en San Juan. Cuando yo dejé Rosario hace 50 años, se podía parecer a lo que es San Juan ahora, ahora se parece más creo a Buenos Aires, con otro ritmo, no mejor ni peor”. Delgado acota que podía elegir quedarse en San Juan o irse a cualquier sitio, pero que “después de tantos años fuera de mi lugar de origen podría ser bueno ir allí pero además pesaba mi familia, mis hermanos, que estamos mayorcitos y me pareció oportuno estar un poco más cerca”. Alfonso es el mayor de 6 hermanos, tiene una hermana melliza y, otro, desaparecido durante la dictadura. Cuenta que esa hermana no anda bien de salud y por eso agradece poder estar a su lado ahora.
En Rosario se encontró de repente con un familión: “estoy empezando a conocer más de cerca a los sobrinos nietos, tengo una familia enorme, estoy retomando estas relaciones más normales. Antes nos veíamos rápido y ahora va tomando otro cariz”. Con la muerte de su madre Elba, en agosto de 2015, que era el centro de las reuniones, ahora es muy variada la forma en que se encuentran. “Por ahí nos resulta más cómodo juntarnos un día de semana”, dice sobre los meetings con los parientes que a veces se resumen en un buen asadito. Siempre amigo del deporte, emulando sus días sanjuaninos cuando subía el Sierras Azules o hacía el cruce de los Andes a pie, en Rosario hace caminatas a la orilla del Paraná o practica natación en una pileta climatizada. “Mucho de mi trabajo lo hago caminando”, asegura. Y cuenta que “cuando era chico la ciudad estaba de espaldas al río, ahora está de cara y el otro día fui por el puente a Victoria que es muy bonito”.
“Yo no llamo lo mío retiro ni jubilación porque el retiro viene cuando Dios dice ‘descansa en paz’. Entonces creo que ayuda a mantener un estilo de vida si hay posibilidades de servir en lo que amo; me parecería un egoísmo dedicarme a leer el diario, ver televisión y pasear un poquito”, dice sobre su actividad rosarina. El arzobispo de Rosario, monseñor Eduardo Martín, lo invitó a acompañarlo y hace tareas pastorales en algunos centros del Opus Dei. De hecho, vive en unos de esos centros, sobre calle 25 de Mayo, a pocas cuadras del Monumento a la Bandera.
Irse de la placidez de San Juan a Rosario, uno de los centros urbanos más complejos del país, en el retiro, resulta paradójico. “Es distinta la percepción que se tiene de estar fuera de Rosario a estar adentro, no es el lejano oeste que hay disparos a cada rato, eso está muy localizado el problema delictivo, narcotraficantes, que tiene ramificaciones políticas, policiales, judiciales, etcétera”, analiza. No obstante admite que percibe “una sensación de inseguridad grande, a arrebatos, lugares oscuros, la gente vuelve antes a su casa”.
Delgado dice que a su sucesor, Jorge Lozano, lo ve muy bien. Y que piensa quedarse en Rosario, “escuché varias opiniones, de mis hermanos sobre todo”, fundamenta. Y cuenta su nueva rutina. En esa ciudad “el sol sale antes y empieza el día una hora antes, ningún día es igual a otro, hay reuniones, confesiones, charlas, confirmaciones que me pide el obispo, estar con la familia, ir retomando relaciones con amistades”. Cuenta que se encontró con un amigo de la escuela, que se encuentra con otros amigos que antes no podía ver seguido, otros sacerdotes, y gente que ahora forma parte de su nueva vida.
“Creo que es una etapa muy linda y muy valiosa, nunca pensé que me iba a jubilar en el sentido de relajar las actividades”, acentúa el septuagenario. Dice que su futuro le gustaría dejarlo “en las manos de Dios”, pero siempre se imagina volviendo de vez en cuando a San Juan.