Desde muy joven encontró su oficio, el de solucionarle los problemas de las casas a los jachalleros, desde un clavo hasta el hierro o el ladrillo. Siempre sabía lo que era el “cosito” que le pedía Doña Rosa o Don Juan.

Comenzó en “Norte Construcciones” con Mario Ontiveros en calle Florida, luego pasó a trabajar con Nito Martín, en calle San Martin frente a la plaza y con el paso de los años fue creando su propio negocio sin salirse del rubro. Así fue que, junto al chatito, su inseparable hermano, crearon su propia empresa en calle San Juan, allí donde no faltó ningún jachallero que pase por el lugar, porque con la simpatía que lo caracterizaba, también asesoraba a cada cliente.

Te hacía precio, te ibas conforme, no faltaba nunca al trabajo y eso lo hacía paralelamente a la función de padre de familia, una familia ejemplar, una hija que incorporó los principios que él mismo le inculcó… esos que trajo desde muy pequeño desde su casa.

Otro jachallero que nos deja, que se va contra su voluntad, por un virus que no mide nada, no diferencia nada, y por ahora, va dejando dolor y desolación en este pueblo donde nos conocemos todos, por eso… nos duele más.