Dobles, triples, marca, más marca, defensa, score subiendo, técnica; amor, mucho amor, selección Argentina, puntos, chicharras, medalla de oro, generación inmaculada, número 20, número 5, niños felices, inspiración y ejemplo. Todo eso fue Emanuel Ginóbili. Y me quedo corto. El mejor de todos los tiempos de nuestro país en el básquet.

Manu fue y será el hombre que llevó a lo más alto su deporte en toda la historia de nuestro país. Hizo todo bien, no le quedó nada por conquistar. Jugó en Argentina, conquistó Europa y se afincó en Texas para ser uno de los jugadores más valiosos de la National Basketball Association (NBA).

No es que en lo individual Ginóbili se consagró y por eso se hizo de gran fama mundial y deportiva, sino porque se lesionó, transpiró y se apasionó por la selección. Nuestra selección.

Su camiseta con el número 5 impresa en su espalda fue sinónimo de tranquilidad para todos los amantes que se rindieron a sus pies. Manú jugó 104 partidos oficiales con la albiceleste nacional. En ese centenar de juegos ganó 9 medallas entre panamericanos y olimpiadas para la selección. En la suma de preseas se encuentra el subcampeonato del mundo en el 2002 en Indianápolis y por supuesto su logro más brillante, medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004. Los que vivimos en vivo ese partido contra Atenas, los que gritamos con los puntos de la generación dorada, los que lloramos de emoción con ese doble de palomita de Manu antes que suene la chicharra, sabemos lo que fue Ginóbili.       

Manu fue una figura de inspiración para muchos. Jugó 23 años al básquet de manera profesional, mirá si no tuvo generaciones para inspirar. En Jáchal, por ejemplo cuándo se comenzaba a gestar el sueño de Jáchal Basquetbol Club (JBC), el manu ya había llegado a jugar a la NBA en las espuelas de San Antonio.

JBC hoy es un equipo sólido y múltiple campeón de San Juan. Para ser exacto, es el mejor equipo de San Juan hace años, ese mismo JBC que se entrenaba con pelotas de goma y en piso de mosaico en la Sociedad Española.

Parte de mi corazón sigue en ese club. Siempre fui un jugador amateurs de básquet, pero que se entrenó en ese club y que de vez en cuando me suelo darme una vuelta a alguna cancha, me calzo mis zapatillas, los corto y con mi Molten voy a jugarme unos 21 solo. Obviamente que siempre usando la misma sudadera, una que tiene un 20 bien grande y que dice “Manu”.

Para infinidades de pibes y pibas en Jáchal Manu fue una inspiración. Un ejemplo de disciplina y constancia. De amor por la pelota. De respeto por el balón que tantas glorias da al cruzar la red. Todos queríamos ser Ginóbili. Muchos lograron llegar bien lejos, no como él, pero si con el espíritu ginobelesco que los acompañaba.

A los 41 años se retiró el mejor de todos los tiempos. Jugó 23 años ininterrumpidos. Se enfermaba y volvía. Se deprimía por una final perdida y volvía. Siempre volvía. Dicho por el Manu a horas de anunciar su retiro en La Nación “puedo decir que no me quedé con las ganas de nada, jugué hasta que tuve ganas…  La verdad es que no me quedó nada pendiente. Es más, me di el gustito en los últimos tres años de jugar como uno quisiera hacerlo con sus amigos, sin sentir la presión de ser el responsables exclusivo de lo que pueda suceder, con la sensación de 'yo ya di todo lo que pude'”.

Ojalá pudiésemos ser un segundo Manu. Pero podemos, sí que podemos. El básquet en Jáchal lleva una senda de triunfos imparables. Porque atrás tiene a un pueblo que alienta, que disfruta, que sueña con un universo mejor.

Gracias Manu por jugar como lo hiciste. Por mostrar la mejor cara del mundo del deporte. De que la pelota rueda siempre por nuestros esfuerzos colectivos para ganar los mejores partidos.